La rutina, como nuestro espacio personal y pecera inmersa en el mar que tenemos tan asumida, puede resultar ser una fuente inesperada de sorpresa para bien o para mal, cuando al cruzarse con la de otra persona queda súbitamente deshilada, dejando ver esas aceras y vías férreas que la tejen.
Quizás para dejar constancia del ruido que hace el engranaje de mi mente preso en mi cabeza, a modo de registro de los sucesos y singularidades que en ella ocurren, como un sismógrafo, plasmo en papel ese eco. Porque existe. Vibrante.
Solo anotaciones concebidas para su aborto casi inmediato. Para tantear la antesala a la vida. Concepciones sin madre, y con un padre roto.
No soy más que lo que ves, lo que ves mas mis entrañas por supuesto, que cubiertas bajo esta lona palpitan y reptan. Se enfrían y hierven, se ahuecan y llenan de plomo, hundiéndose en mí, condensadas en un segundo ombligo bajo el plexo, aún unido a las angustias de mi madre y al mal genio paterno, con el crujir de este parqué antiguo y el insoportable quejido de las bisagras. No hay silencio en la casa ni pausa en la escalera, porque ya tengo que estar fuera y este vínculo se derrama por la acera y las vías del metro, me pesa en las muñecas y en los tobillos. Me hace parte de una espuma dónde cada vecino vive en su propia esfera de cristal.
Y todos hablamos a voces, opinando sobre todo lo que vemos a través de los muros cristalinos y transparentes de nuestra comunidad, opacos solo en donde los manchemos irguiéndonos con los brazos extendidos. Con sonrisas. Con pena. Con lo que empaña y dificulta la vista; y facilita criticar y señalar lo que obstruye el deleite en nosotros mismos, todo esto hecho desde una pequeña mirilla fregoteada con la manga, para el revuelo de la vista.
Quizás para dejar constancia del ruido que hace el engranaje de mi mente preso en mi cabeza, a modo de registro de los sucesos y singularidades que en ella ocurren, como un sismógrafo, plasmo en papel ese eco. Porque existe. Vibrante.
Solo anotaciones concebidas para su aborto casi inmediato. Para tantear la antesala a la vida. Concepciones sin madre, y con un padre roto.
No soy más que lo que ves, lo que ves mas mis entrañas por supuesto, que cubiertas bajo esta lona palpitan y reptan. Se enfrían y hierven, se ahuecan y llenan de plomo, hundiéndose en mí, condensadas en un segundo ombligo bajo el plexo, aún unido a las angustias de mi madre y al mal genio paterno, con el crujir de este parqué antiguo y el insoportable quejido de las bisagras. No hay silencio en la casa ni pausa en la escalera, porque ya tengo que estar fuera y este vínculo se derrama por la acera y las vías del metro, me pesa en las muñecas y en los tobillos. Me hace parte de una espuma dónde cada vecino vive en su propia esfera de cristal.
Y todos hablamos a voces, opinando sobre todo lo que vemos a través de los muros cristalinos y transparentes de nuestra comunidad, opacos solo en donde los manchemos irguiéndonos con los brazos extendidos. Con sonrisas. Con pena. Con lo que empaña y dificulta la vista; y facilita criticar y señalar lo que obstruye el deleite en nosotros mismos, todo esto hecho desde una pequeña mirilla fregoteada con la manga, para el revuelo de la vista.