miércoles, 25 de abril de 2012

Notas (I)

La rutina, como nuestro espacio personal y pecera inmersa en el mar que tenemos tan asumida, puede resultar ser una fuente inesperada de sorpresa para bien o para mal, cuando al cruzarse con la de otra persona queda súbitamente deshilada, dejando ver esas aceras y vías férreas que la tejen.


Quizás para dejar constancia del ruido que hace el engranaje de mi mente preso en mi cabeza, a modo de registro de los sucesos y singularidades que en ella ocurren, como un sismógrafo, plasmo en papel ese eco. Porque existe. Vibrante.


Solo anotaciones concebidas para su aborto casi inmediato. Para tantear la antesala a la vida. Concepciones sin madre, y con un padre roto.


No soy más que lo que ves, lo que ves mas mis entrañas por supuesto, que cubiertas bajo esta lona palpitan y reptan. Se enfrían y hierven, se ahuecan y llenan de plomo, hundiéndose en mí, condensadas en un segundo ombligo bajo  el plexo, aún unido a las angustias de mi madre y al mal genio paterno, con el crujir de este parqué antiguo y el insoportable quejido de las bisagras. No hay silencio en la casa ni pausa en la escalera, porque ya tengo que estar fuera y este vínculo se derrama por la acera y las vías del metro, me pesa en las muñecas y en los tobillos. Me hace parte de una espuma dónde cada vecino vive en su propia esfera de cristal.


Y todos hablamos a voces, opinando sobre todo lo que vemos a través de los muros cristalinos y transparentes de nuestra comunidad, opacos solo en donde los manchemos irguiéndonos con los brazos extendidos. Con sonrisas. Con pena. Con lo que empaña y dificulta la vista; y facilita criticar y señalar lo que obstruye el deleite en nosotros mismos, todo esto hecho desde una pequeña mirilla fregoteada con la manga, para el revuelo de la vista.



domingo, 8 de abril de 2012

Carta breve


¿Querida Paula?

Hace tanto que no nos vemos, que incluso dudo que me recuerdes, aunque de verdad quisiera que así fuera. No por nada, sino porque al menos eso me daría el consuelo de saber, que lo que no tuvimos, y sólo fueron tus ojos esquivos y tus leves sonrisas como inocentes, sigue balanceándose entre nosotros sorteando las distancias. Un pabilo de humo.

Yo estoy bien, no creo que mejor que cuando me conociste, pero la verdad, dudo que a estas alturas pueda ir a peor. Sigo igual, meditativo, a veces muy ruidoso cuando intento pasar desapercibido y otras, callado después de notar que no lo he conseguido. ¿Tú cómo estás? No creo que eso te pase, cuando coincidíamos me daba la impresión de que la gente buscaba amoldarse a ti, entrar en tu órbita, aunque tú misma te sintieras una extraña. Quién sabe, puede que haya malinterpretado tus silencios desde la distancia, confundido tus excursiones por la ventana desde mi posición con incomodidad, cuando era verdaderamente desinterés. ¿Te aburríamos Paula? ¿En qué pensabas?

¿Dónde estás?